martes, 2 de julio de 2024

Anoche soñé que regresaba a Manderley

Este fue el calvario que pasó una familia durante más de 35 años en Villabrázaro (Zamora). 


La madre era nacida allí y pasaban varios meses de vacaciones en verano, iban todas las Semanas Santas, puentes, vendimia, Navidades y fiestas de guardar. Acudían ilusionados al pueblo, a sus orígenes, desde 1969, a disfrutar y compartir con sus familiares de allí, estar a gusto en casa, salir a la naturaleza, jugar con sus hijos, charlar y departir con sus paisanos/as.


El núcleo de los Winter eran madre, padre y cuatro hijos: el hermano mayor, Iván, la única chica, Rebeca, después Carlos y el pequeño Tadeo. En la actualidad, todos rondan los 50 años.


Durante una década, vivieron en casa de la bisabuela, hasta que se hicieron una casa propia con mucho esfuerzo, sin imaginar el vecino horroroso que se les venía encima, y que habrían de aguantar toda una vida.


El vecino, Indalecio Salido del Pozo, era carpintero, estaba casado y tenía tres hijas. Las paredes del taller y todo su patio, lindaban con la casa de la familia Winter. Indalecio tenía su propia casa, una gran y enorme casa en otra zona del pueblo, pero había decidido instalar allí el taller, al que por cierto, casi nunca entraba desde la puerta que daba a la calle principal, sino a través de la puerta trasera a la que accedía por un lugar menos transitado.


Durante los años que estuvo en activo, a pesar de los ruidos insoportables que hacía con el torno, martillo, radial y todos las herramientas que usa un carpintero, a la familia Winter no les quedó más remedio que aguantar en silencio las molestias que suponía esta actividad. Antes de las 8 de la mañana, ya estaba allí Indalecio dale que te pego. No había forma de dormir ni siquiera la siesta, pues la actividad era incesante también por las tardes.

Volvían a las 8 de la tarde del río, y allí seguía.


Ahora viene relatar una de las siniestras facetas de Indalecio, que cuando ocurrían estos hechos, ya tenía más de 50 años.


La hija, Rebeca, era una muchacha de gran belleza. La primera vez que ella y toda la familia se dio cuenta de que Indalecio la espiaba mientras tomaba el sol en bañador en su patio, tenía 17 años. El carpintero, subido a una escalera de madera, y tapado con las hojas de una higuera, se dedicaba a observarla (y a saber qué más) durante horas.


Estos temas eran tabú en aquella época y nadie hizo nada, pero fue una constante en la vida de Rebeca. Año tras año, a medida que iba creciendo, el viejo verde Indalecio, la observaba y la espiaba con ojos lascivos, ya fuera de patio a patio, e incluso en la calle, cuando salía en su bicicleta.



Cuando Rebeca tenía 19 años, los progenitores Winter tuvieron que ausentarse a otra región para atender a los abuelos paternos. Los hijos se quedaron solos en la casa, y ella, según llegó de la calle una noche, fue al baño a lavarse los dientes y prepararse para dormir. 

¡Cuál fue el susto de la chica cuando observó a través de la fina cortinilla que había alguien en la ventana del baño, que daba al patio! Sí, evidentemente no podía ser otro que Indalecio, que llevado por su obsesión, y a sabiendas de la ausencia de los padres, había saltado el patio y se había acercado lo más posible a “su presa” para observarla…o a saber qué más.

La férrea vigilancia del padre durante toda la vida, seguramente evitó que ocurriera algo grave.


Pasaron los años e Indalecio se jubiló, pero seguía yendo al taller. Aunque era ilegal cobrar una pensión y estar a la vez trabajando, no cesaba en su febril actividad. 


La familia Winter sabía en cada momento para quién eran los trabajos profesionales que realizaba: escaleras, puertas, armarios, etc, a costa de que ninguno de los miembros de la familia durmiera ni tuviera paz.

  • El acoso vecinal o blocking es uno de los delitos más recientes del Código Penal. Desde la reforma de la ley, la pena puede alcanzar de tres meses a dos años de privación de libertad o una multa de seis a veinticuatro meses

  • Qué hacer si tengo unos vecinos molestos

  • El delito de contaminación acústica, en su modalidad básica del artículo 325.1 del Código Penal, está castigada con las penas siguientes: Prisión de 6 meses a 2 años, Multa de 10 a 14 meses, e. Inhabilitación especial para profesión u oficio por tiempo de 1 a 2 años.


Primeramente fue amonestado de buenas maneras, si por favor podía dejar de molestar, pues la familia tenía derecho al descanso sin pegarse sus madrugones, que iban allí a disfrutar de la tranquilidad del pueblo, y que esos ruidos eran insoportables, pues hacían vibrar las paredes de la casa, las camas y hasta los cuadros de las paredes.


No hizo ni caso. El hijo mayor, Iván, bajó muy enfadado a la calle a llamarle varias veces la atención, en pijama, pues era inaguantable el nivel de estrés que estaba causando el susodicho señor Salido del Pozo. El padre, la madre, los hijos pequeños Carlos y Tadeo, igualmente. A Indalecio le daba todo igual, sabía que aunque estuviera realizando una actividad ilegal, contaba con el apoyo de todo el pueblo, y claro, es que no era que se entretuviera clavando dos palitos, sino que ni siquiera paraba los fines de semana. Más de 8 horas de actividad al día sin descanso.


Toda la familia pensaba el domingo, día del Señor: “Se irá a misa, se irá a misa”. Pues no, no se iba a misa, eran las 10 de la mañana y seguía allí dando la matraca.


Pasaron los años, y vinieron abuelos paternos mayores, tíos y primos a conocer el pueblo, los cuales fueron también víctimas de la falta de sueño y el constante ruido durante todo el día. Los Winter no sabían donde meterse, pues contaban a su familia que aquello era un remanso de paz, con una bonita naturaleza y un río espectacular, pero los que llegaban y comprobaban el panorama, no volvían, con todo el pesar de la familia Winter. ¡No podían garantizar descanso a su familia o amigos!


El lector se preguntará qué pasó con el acoso sexual hacia Rebeca. Continuó y continuó hasta que ella tuvo más de 40 años. Si acaso cesó los años en que acudía con su novio veinteañero a Villabrázaro, no fuera que éste le partiera la cara, pero después siguió el espionaje. Ella no quería renunciar a tomar el sol en su patio, pero sabía a lo que se exponía, de una manera u otra: Indalecio estaba allí mirándola y baboseándola a pocos metros.


El hermano pequeño, Tadeo, que era un cachondo mental, para animar a su hermana, que no contaba con el apoyo de nadie en este aspecto tan penado hoy en día, decidió llamar varias madrugadas a Indalecio para darle de su propia medicina: no dejarle dormir de madrugada. Cogió la guía de teléfonos, y con el fijo que no identificaba la llamada, marcó su número. Contestó dos veces, pero a la tercera descolgó el teléfono, y esa fue la única vez que los jóvenes intentaron una inocente venganza.


Otra de las siniestras facetas de Indalecio, es que no le bastaba con hacer ruidos insoportables en la carpintería, ni ser un voyeur peligroso (el voyeurismo no es sólo una parafilia, ya que además está considerado por los Tribunales como un delito), sino que espiaba a la familia, sobre todo a mediodía. 


Por ejemplo, Iván estaba sentado en el patio, acudían a sentarse en otras sillas Rebeca y Carlos, se miraban entre ellos, y decían en bajito al oir pequeños ruiditos: “¡Está ahí!”. Indalecio estaba en silencio al otro lado del bajo muro gris que separaba ambos patios, agazapado, atento a todo lo que pasaba en la casa de los Winter. No entendían qué oscuras razones tenía para espiarles, pero les espiaba. Conversaciones, todo lo que ocurría en la casa de forma cotidiana. Y daba igual que fueran padres, hijos, hija o quien fuera, era una más de sus perversiones e intromisiones en la intimidad.


Avanzó el tiempo, y sobre todo Iván y Rebeca, estaban negros, pues sus habitaciones pegaban con la pared del taller. Nunca lo insonorizó ni hizo ningún gesto de buena voluntad. Aquello retumbaba desde primerísima hora de la mañana, desde siempre y ya una vez jubilado. Los habitantes de la casa, daban golpes por las paredes para que parase, bajadas a la calle para que dejara de molestar, el padre ya muy enfadado por el peso de tantos años, increpándole, Iván fuera de sí a punto de darle un cate…pero nada, impasible, se encerraba en el taller y continuaba con su quehacer.


El padre no tuvo más remedio que dar cuenta al Juez de Paz de lo que estaba ocurriendo de forma continuada. Indalecio fue amonestado, prometió cambiar de actitud, pero no lo hizo. 

Después fue a hablar en persona con el secretario del Ayuntamiento, pero tampoco resultó. Más tarde hizo un escrito, pero aquello parecía no tener remedio: no paraba, seguía con sus costumbres y manías. Le salía rentable, pues además de saciar sus bajos instintos espiando a la familia y a la hija, se llevaba un buen dinero por los trabajos que ilegalmente realizaba.


Un día, al llegar en Semana Santa, los Winter se encontraron con que las tuberías no funcionaban bien, el agua no desaguaba y salía todo marrón. Buscaron y buscaron, y se encontraron una de las “jugadas” de Indalecio: había abierto el sumidero de los Winter, y llenado de piedras y piedras todo el agujero.

No podía ser otro, nadie iba a saltar los corrales para hacer algo tan malévolo, pues la relación con el resto de vecinos era estupenda.


Rebeca no le miraba, o si se cruzaba con él por la calle no le dirigía la palabra y le ignoraba. No obstante, todos sabían diferenciar que la familia de Indalecio no tenía la culpa de su forma de proceder: sus hermanos, cuñadxs, sobrinos, pero sí sus hijas, cómplices que no respondían al saludo y siempre tenían una actitud maleducada y como si llevaran alguna razón. Y a día de hoy, la más gorda se dedica a insultar a Rebeca y a la familia Winter, en vez de agachar la cabeza y avergonzarse.


El colmo de todo este lamentable periplo de 35 años, fue aproximadamente en 2016, cuando una vez más, Indalecio casi tira las paredes de la casa abajo por la mañana temprano. En esta ocasión, TODA la familia Winter, incluida Rebeca, que por el trauma que sentía de haber sido acosada toda su vida, jamás se había atrevido a dirigirle le palabra de forma directa, bajaron en pijama a la calle y le llamaron de todo, le increparon, le insultaron, se pusieron fuera de sí, y el individuo, lo único que hizo, fue encerrarse una vez más en el taller. Nunca se disculpó.

¡Demasiados años aguantando lo inaguantable!


La historia da para muchas anécdotas, como un incendio que se originó en la carpintería ilegal, que si no es por la intervención de todo el pueblo, se habría quemado la casa de los Winters. Aunque la gente se subió al tejado con toda la buena intención para sofocar el fuego, destrozaron sin querer las tejas, con el consiguiente alto coste del arreglo.


Es decir, el personaje Indalecio, que aquí queda bien retratado, sólo causaba molestias a todos los niveles y tenía los nervios desechos a la familia Winter.


En los últimos años, Rebeca iba con la mejor intención a Villabrázaro, pero en una de las ocasiones no pudo más y a los dos días se marchó en su coche de regreso a la gran ciudad, para no tener que soportar los ruidos y golpes habituales.


¿Por qué no actuaban los cuatro hijos de forma legal contra él? Porque el padre no quería. Tenía los típicos temores: “Como hagáis algo, nos tiran piedras al tejado cuando no estemos, y eso es carísimo de arreglar”.


Esa presión fue la que no dejó acabar antes con las impunes andanzas de Indalecio, pues Rebeca tenía desde 2004 apuntes de hechos concretos, tipo:

“Sábado 11-08-2012. Martillazos de 10 a 12h. Torno a las 12:30h”, y llamó a la Tesorería de la Seguridad Social y otros Organismos, donde en aquél momento realizar una denuncia anónima de una actividad ilegal era posible, pero su padre ejerció su poder de cabeza de familia y la hizo desistir en su empeño. El miedo les atenazaba, y ella no entendía que un viejo despreciable pudiera estar amargando la existencia a 6 o más miembros de una familia que no se metía con nadie.

¡La cantidad de años de sufrimientos que se habrían evitado tod@s si la hubieran dejado hacer lo correcto!


La gente del pueblo se tira los trastos a la cabeza entre ellos, pero se aúnan y hacen piña cuando se trata de ir en contra de alguien “de fuera”, de los “forasteros”.

¡Qué mala era la familia Winter, que no dejaba al pobre jubilado que se entretuviera clavando 2 palitos!


Personas del pueblo llegaron a insultar al padre de malas maneras cuando iba al bar, y otros muchos vecinos se echaron encima de los inocentes sufridores, en vez de llamar la atención al tipo impresentable.

¿Por qué no ponía la carpintería en su casa y molestaba a los suyos?¿Y si le hubiera tocado este periplo a otra familia, cómo habrían actuado? 


Son preguntas que se quedarán en el aire. El daño fue enorme, mucho sufrimiento, agotamiento mental, falta de descanso, acoso sexual, invasión de la intimidad y otros muchos delitos que seguramente a día de hoy no quedarían impunes, pero así es la vida, y más en Villabrázaro, donde parece que existen leyes propias: amenazas veladas, insultos, venganzas, ingratitud, mentiras, linchamientos y descalificaciones virtuales (haters) más cobardías anónimas.


¿Cómo terminó la historia? Indalecio se puso enfermo y falleció. La pesadilla no terminó por su buena voluntad, ni por la colaboración de los vecinos ni por las autoridades. Vino la de la Guadaña, y se acabó el vía crucis de la familia Winter.


Estas son las historias que nunca se cuentan. Esas historias de la Vieja Castilla, tan bien narradas en los libros de Miguel Delibes. 

Y es que parece que la civilización no llega a la España vaciada. Es como un reducto donde se rigen por sus propias normas y leyes, donde el que destaca por algo, es envidiado y odiado, y se premia al malvado, en vez de ensalzar al bueno y honrado.


Juan 8:32 “…y conoceréis la verdad y la verdad, os hará libres”

Los sucesos y personajes retratados en este relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.


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